<<Todo le estaba saliendo mal, como si hubiera alguien en algún sitio que controlase su vida y hubiera decidido enfadarse con él. Varias veces había pensado que no era su culpa que todo se tornara en su contra, pero en los momentos de serenidad se veía obligado a admitir que más de la mitad de aquellas desgracias se las buscaba él mismo.
Poco a poco sintió que la cobardía se apoderaba de él. Se sorprendió nervioso al atravesar las calles por la noche, asustado de que saliera algo de cualquier rincón oscuro y se abalanzase sobre él, mirando siempre con cautela a su alrededor. Nunca, sin embargo, sucedió nada, según me dijo.
Cuando yo lo conocí, estaba más que acabado. Ya no quería salir de casa. A veces era incluso difícil verlo fuera de cama. Decía que en aquel lugar estaría seguro de todo lo que pasaba fuera, y que allí no podía pasarle nada malo por sorpresa.
Supongo, agente, que no me culpará por hacer lo que hice. Para empezar, aquel día me sonrió, aunque se le notaba nervioso, y me dijo que todo iba a terminar esa noche. Pero di por hecho que era demasiado cobarde para hacerlo solo, por eso decidí ayudarlo a acabar con todo. Simplemente lo ayudé porque hacía tiempo que veía en sus ojos que necesitaba que alguien estuviera con él en ese momento. Si yo no hubiera ido a su casa, señor agente, quizás ahora él estuviese vivo, no lo sé. Pero, déjeme decirle que, de estar vivo, estaría más vacío, triste y solo de lo que jamás estuvo.>>
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