martes, 30 de noviembre de 2010

La cuerda I

Hoy me he iluminado repentinamente, tras llevar días en la sombra de la duda, pues pronto una cuerda brillante cayó de la nada, ofreciéndome una forma aparentemente fácil para salir del agujero en el que habito. Mi alegría fue inmensa, pues llevo ya un tiempo aquí atrapada, aunque de alguna forma me había obligado a creer lo contrario para soportarlo. Tal vez por esa euforia inicial no me percaté de lo complicado que sería ascender por una cuerda tan larga, sobre todo teniendo en cuenta que mis manos no están demasiado acostumbradas a esa clase de trabajos, y pronto comencé a subir, pero ni tres metros había recorrido y tuve que bajar de nuevo con las manos doloridas.

Me senté en un rincón y traté de pensar en lo siguiente que debía hacer. De no ser por la cuerda jamás habría pensado en salir y hubiera terminando acostumbrada a este infinito hoyo oscuro, pero, después de ver mi escapatoria de brillantes hilos trenzados colgada de un techo que no llegaba a atisbarse, no podía ignorarla y seguir encerrada como si no estuviera allí.

Ahora me pongo en pie nuevamente y me aferro a esa cuerda. Tomo aire y aprieto la mandíbula. Lo intentaré las veces que sea necesario. Tengo que llegar al exterior.

Con el primer impulso me levanto del suelo y comienzo a trepar mirando hacia arriba; hacia la inmensa oscuridad.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Cóctel.

- Agitado, no revuelto -murmuró.
El camarero la miró asintiendo. Se acercó al estante dónde guardaba los ingredientes de sus cócteles y tomó varias botellas.
- Esto de aquí es intriga -explicó vertiendo el líquido amarillento en la coctelera -, y ahora algo de dulzura. Un poco de emoción y un chorrito de cariño.
Yo me acerqué a la chica, extrañado por lo que el camarero le preparaba.
- ¿Qué has pedido? -le pregunté curioso.
Ella me miró con los ojos brillantes y alegres.
-He pedido Amor -me dijo.
Observé al camarero, que seguía mezclando líquidos de colores vivos en aquel recipiente de metal. Me rasqué la frente, pensando.
- Entonces se olvida los celos, la inseguridad, la desconfianza y la impaciencia -dije al fin.
Ella frunció el ceño.
- Claro que no se ha olvidado de eso -me dijo con reproche-. Simplemente no es un amor cualquiera. Es Amor Verdadero.
- En ese caso te están engañando. El camarero te está preparando Ilusión, no Amor.
Esta vez fue el camarero el que me miró serio y algo crispado. Al fin y al cabo estaba criticando su trabajo.
Tomó la coctelera y la agitó.
- Tal vez usted nunca ha probado un amor bien preparado -me espetó -. ¿Qué color tenía?
- Era granate -respondí.
El camarero negó varias veces y echó el contenido de la coctelera en un vaso, poniéndolo ante la ilusionada chica.
- El Amor es rojo -me dijo entonces el camarero, mirándome fijamente-. Tal vez se lo hayan servido a usted muy hecho.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Reloj de cuerda.

- ¡Me hace falta más tiempo! -gritó, lanzando un jarrón contra la pared y haciéndolo así añicos.
Yo la observé tranquilo. Ella siguió berreando y blasfemando hasta acabar jadeante. Las lágrimas habían corrido el maquillaje de sus ojos formando dos pequeñas lineas negras que descendían por sus mejillas. Pese a ello, era hermosa.
- Necesito más tiempo -dijo, mirándome esta vez, como si me suplicase a mí que le diera aquello que pedía.
Saqué mi reloj de cuerda del bolsillo y se lo mostré. Sorbió, pestañeando y observando el objeto que le enseñaba, como buscándole algún sentido. El segundero permaneció inmóvil.
Sin esperar un segundo, tomé la tuerquita del medio, aquella que movía las manecillas, y le enseñé el reloj mientras hacía dar a sus agujas vueltas y vueltas hacia atrás. Retrocedí con ella hasta cuatro días.
- ¿Ya está? -me preguntó, y pude adivinar una sonrisa en sus labios.
Luego miró por la ventana. El día era el mismo. Nada había cambiado.
- ¡Me has engañado! -me espetó, furiosa -. ¡Ese reloj no funciona!
Observé la esfera de mi reloj y asentí.
- Tienes razón -admití, dando cuerda a mi reloj. El segundero comenzó a contar y se lo enseñé de nuevo -. ¿Ves? Arreglado.
Por su expresión, sabía que no se había referido a eso. Aún sin verle la cara lo hubiera sabido. De todas formas, no podía entregarle más tiempo del que le quedaba con aquel objeto.
No era más que un reloj de cuerda.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Políglota.

- Soy políglota -comenzó él.
Lo miré de arriba abajo, y no al revés. Aquella era una extraña forma de presentarse, aunque las había visto peores.
- Mi lengua vernácula es el italiano, además.
Enarqué una ceja. Ante mí había un italiano, nada menos. ¡Un italiano! Cabello castaño y rizado y ojos negros; piel tostada. Recordé la aversión que mi hermana sentía hacia los italianos sin prestar demasiada atención al pensamiento, que no tardón en volverse una voluta de humo y escapar de mi cabeza por un oído.
- Yo soy de España y no hablo más que castellano -repuse yo.
Puso los ojos en blanco. Fue solo un instante, pero pude verlo. Es cierto que en la región que habito no es dónde más se esfuerzan por aprender otras lenguas y que el "que aprendan ellos la nuestra ya que vienen" de mi abuelo hacía tiempo que había quedado obsoleto, pero tampoco era necesario que utilizara aquel gesto para mostrar su desagrado. Podía simplemente convertirlo en una bola y tragársela. No es de gratos insultar, aunque sea sin palabras, a aquel que acabas de conocer.
- También hablo algo de inglés -maticé, intentando que no se llevara aquella frívola imagen de mí -. Aprendí en el instituto. "Helou" "Mai neim is Marta." Cosas así. Ya sabes.
Asintió y sus rizos se bambolearon siguiendo a su cabeza, arriba y abajo.
- Ruego eximas mi emboque -dijo, haciendo una leve reverencia solo con la cabeza y sonriendo -. No pretendía zaherirte, sino presentarme como bien rezan las pautas de la comedida cortesía.
Enarqué ambas cejas, mirándolo. Comprendí entonces por qué mi hermana no gustaba de los italianos.

¡Qué mal hablaban los condenados! No había quién los entendiera.

Instante.




Llegó.



 
Un segundo después, ya no estaba allí.




Nada.

martes, 23 de noviembre de 2010

El principio del fin.

- ¿Fue aquel día, junto a los columpios? - preguntó-. Parecías cansado aquel día.
Negué varias veces para desechar aquella idea de su mente.
- ¿Tu cumpleaños? Sabía que no te gustaba la tarta. No debieron comparla.
De nuevo, mi cabeza dijo que no a aquella pregunta.
La observé. Sus ojos no lanzaban más que mudas interrogaciones que sus temblorosos labios no se atrevían a citar en alto. Me recordaba a un cuadro o una fotografía, en la que la sombra de la tristeza solo se intuye por encima, pero jamás desaparece por completo.
- Aquel largo día junto al mar-. Decidió insistir-. ¿Aquel día empezó? Tal vez el frío de la noche que vino luego estropeó tu fina piel.
No me esforcé en responder de nuevo. Ella ya sabía mi respuesta, solo que mi muerte la aterraba y por eso trataba de buscar explicaciones: fechas, números, palabras, sucesos... Siempre le había gustado imaginar que la verdad podía variar con unas simples palabras que ella misma inventaba.
Finalmente, con los hombros hundidos, exhaló un suspiro cansado.
- Me rindo -dijo al fin, con el tono de aquel a quién ya no se le ocurren más excusas que poner para no hacer algo -. Dime... ¿Cuándo comenzaste a morir?
Me encogí de hombros. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a saber aquello con exactitud?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Olvido.

Hoy opto por un breve... Relato? No sé si llega siquiera a fragmento de relato, pero aquí está. Espero que alguien lo disfrute en algún lugar.


Olvido.


- Nunca me olvides - susurró acercando sus labios a mis oídos, haciéndome cosquillas con su cálido aliento-. No podría vivir si lo hicieras.
Bajé ligeramente la vista tratando de encontrar las palabras que se me habían atragantado de repente. Aquellas que siempre me ahogaban, impidiéndome responderle.
Los sentía: su mano en mi cintura, acercándome a él; sus labios junto a mi mejilla, sin llegar a besarla, dibujando palabras silenciosas y tiernas; su cuerpo a escasos centímetros del mío, transmitiéndome calor y seguridad, pero sin tocarme, pareciendo estar lejos y cerca a la vez...
La mezcla entre felicidad y nerviosismo desapareció de pronto de mi cabeza, permitiéndome el pensar con claridad.
Y lo olvidé todo. Incluso a él.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Harry Potter VII. Las Reliquias de la Muerte (I)

Ayer unos amigos y yo quedamos para ir a ver la última película de Harry Potter. Lo que vendría siendo la primera parte de la película correspondiente al último libro, vamos. Supongo que en cierta forma a todos nos hubiera gustado ir el día del estreno, el viernes, para quedar allí de máximos fans, pero como no se pudo, fuimos en la sesión guarra de por la noche, por lo que salimos de allí sobre las dos.

 Pues bien... No sé lo demás, pero algunos hemos disfrutado como niños. Tal vez, de toda la sala, éramos los que deseaban con más ansia presenciar aquello. La película fue partida en dos partes para, entre otras cosas, que no durara ochenta mil horas, pero la verdad es que cuando acabó yo me quedé con ganas de más... ¡Eso no se hace! Es, por lo menos, un corte de rollo bien grande.
¿Qué decir de la peli? Se me quedan cortos los comentarios. Les ha quedado bastante más lograda y fiel al libro que algunas de las anteriores; a ver si no lo chafan con la segunda parte. Estar frente a la pantalla e ir reviviendo aquellas páginas que, mitad con emoción, mitad con tristeza por el final, me lei ya hace meses... Y recordar pequeños detalles olvidados o poder comentar a algún amigo "eso no es así" o "de verdad pasaba esto aquí?"... Y vivir esos momentos divertidos, trágicos y tensos de nuevo... (Al menos quién se haya leído los libros, claro) Yo me enganché de principio a fin, vamos...
Ahora hay que esperar a por la última película: la definitiva. Y, es que ya son muchos años... Me pregunto qué película será la "mítica por la que esperamos el tiempo que haga falta con nerviosismo" cuando todo esto termine... Todavía no lo sé.

A todos los que tengan pensado ver Harry Potter... A todos los fans de esta saga... ¡Qué disfrutéis de la película!

viernes, 19 de noviembre de 2010

Volar.

Había soñado con volar desde que era un niño. Vivía en una ciudad de la costa y tenía que salir a pescar con su padre de madrugada para tener tiempo de sobra para llenar sus redes, pero su cabeza jamás se encontraba en las olas del mar erizado que bamboleaban el pequeño bote, sino en las gaviotas que lo sobrevolaban libres y gráciles.
Cuando creció un poco decidió que sería piloto. Se pasaba el día mirando las nubes e imaginándose a sí mismo sobre ellas, y eso era lo único que lo hacía sonreír. Concentró todo su esfuerzo en su sueño ignorando a todo aquel que le decía que le venía grande y que hiciera otra cosa, que volar no era para cualquiera. Si volar no estaba hecho para él, no estaba hecho para nadie. Su meta era el cielo.
Entonces ella apareció en su vida. Todos decían que era una chica normal, común, sin nada especial, pero decían eso porque no la miraban con los mismos ojos que él. Para él no era sino una “ella” con mayúsculas. ELLA.
Y renunció a volar. Renunció a volar porque aquel ya no era su sueño.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Para comenzar con buen pie: Un saludo.

Para la primera entrada de este blog he optado por improvisar, lo cual puede acabar acarreándome problemas, ya que a veces hay que tener las cosas un poquito preparadas... De todas formas, espero que no te importe, pues esto no es más que una presentación. Es un placer tenerte aquí leyendo esto.

Me gustaría resumir un poco lo que trataré a partir de ahora en este sitio, pero no tengo ni idea. O no tengo ni idea o tengo demasiadas ideas en mente. Tantas que no sé por dónde empezar ni por dónde terminar.

Estoy aquí para, como en esta breve presentación, hablar de cualquier cosa: libros,  películas, política (?)... Lo que se me ocurra sobre la marcha, vamos... Y si estás aquí para leerlo, lo agradezco profundamente. Si has entrado por error... Se va a ver reflejado en el contador de visitas, así que gracias de todas formas.

Ahora en serio... Seas quién seas y estés dónde estés... Es un placer verte por aquí.