La sangre retumba en la cabeza, latiendo al ritmo del gran músculo latente, doliendo con cada centímetro que avanza. Me llevo las manos a las sienes y las presiono, en un intento por que el dolor cese al cortar el riego, pero no surte efecto.
- Mierda -siseo, quizá gruño, para mí, pues no hay nadie más.
Respiro hondo, me tumbo de nuevo en cama, dando la espalda a la pared, y me arrebujo entre sábanas y mantas.
Escucho el sonido de la lluvia golpeando las ventanas, ansiosa por entrar, sin poder conciliar el sueño.
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