martes, 23 de noviembre de 2010

El principio del fin.

- ¿Fue aquel día, junto a los columpios? - preguntó-. Parecías cansado aquel día.
Negué varias veces para desechar aquella idea de su mente.
- ¿Tu cumpleaños? Sabía que no te gustaba la tarta. No debieron comparla.
De nuevo, mi cabeza dijo que no a aquella pregunta.
La observé. Sus ojos no lanzaban más que mudas interrogaciones que sus temblorosos labios no se atrevían a citar en alto. Me recordaba a un cuadro o una fotografía, en la que la sombra de la tristeza solo se intuye por encima, pero jamás desaparece por completo.
- Aquel largo día junto al mar-. Decidió insistir-. ¿Aquel día empezó? Tal vez el frío de la noche que vino luego estropeó tu fina piel.
No me esforcé en responder de nuevo. Ella ya sabía mi respuesta, solo que mi muerte la aterraba y por eso trataba de buscar explicaciones: fechas, números, palabras, sucesos... Siempre le había gustado imaginar que la verdad podía variar con unas simples palabras que ella misma inventaba.
Finalmente, con los hombros hundidos, exhaló un suspiro cansado.
- Me rindo -dijo al fin, con el tono de aquel a quién ya no se le ocurren más excusas que poner para no hacer algo -. Dime... ¿Cuándo comenzaste a morir?
Me encogí de hombros. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a saber aquello con exactitud?

5 comentarios:

  1. ¿Cuando comenzamos realmente a morir? ¿Es cierto lo que dicen algunos cuando afirman que desde el mismo instante en que nacemos ya estamos comenzando a morir? ¿O es más cierto que no empezamos a hacerlo hasta que comienzan a abandonarnos las ganas de vivir? ¿Qué opinas tú, Sparks?

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  2. Según la ciencia, desde que nacemos ya estamos muriendo. Soy de ciencias, pero no me gusta esa forma de pensar porque a la hora de la verdad no me ayuda a ser optimista. Yo creo que uno empieza a morir, en sentido metafórico, claro está, cuando parece, de pronto, cansarse de todo.

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  3. Entonces estamos de acuerdo. Y tú, ¿has empezado a morir?

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  4. Yo creo que todavía no, por suerte.

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  5. ¡¡Bien por ti!! Me alegro un montón.
    y... hablando del morir (y del cómo y el cuando), me he acordado de lo que escribió García Márquez cuando intuyó que se acercaba su final. ¿Lo has leído? Te lo copio por si acaso:

    “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
    Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
    Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan, y ¡cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
    Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
    Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos…
    Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida… no dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, ¡sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse! A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres… He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo”.

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