Olvido.
- Nunca me olvides - susurró acercando sus labios a mis oídos, haciéndome cosquillas con su cálido aliento-. No podría vivir si lo hicieras.
Bajé ligeramente la vista tratando de encontrar las palabras que se me habían atragantado de repente. Aquellas que siempre me ahogaban, impidiéndome responderle.
Los sentía: su mano en mi cintura, acercándome a él; sus labios junto a mi mejilla, sin llegar a besarla, dibujando palabras silenciosas y tiernas; su cuerpo a escasos centímetros del mío, transmitiéndome calor y seguridad, pero sin tocarme, pareciendo estar lejos y cerca a la vez...
La mezcla entre felicidad y nerviosismo desapareció de pronto de mi cabeza, permitiéndome el pensar con claridad.
Y lo olvidé todo. Incluso a él.
Deseo cumplido. Ahora mismo acabo de disfrutarlo aunque, si te digo la verdad, con un poco de pena. No te entristece a tí también que, después de todo, le olvide "incluso a él."
ResponderEliminarEs triste que lo olvide, no cabe duda, pero también existe una razón para olvidar, ¿no?
ResponderEliminarHaría falta saber cuál fue su razón para olvidarlo e, incluso así, tal vez seguiría siendo triste. Lo que fue, lo que sintió, lo que le hizo sentir... y, fuera cual fuera el motivo, él ya no está y, con su ausencia, la del calor y la seguridad que le transmitía.
ResponderEliminarNo niego lo de que la tristeza perduraría, pero fue ella la que lo olvidó, no él el que se fue. El olvido existe y, si ella no quiso o no pudo recordarlo por más tiempo, no creo que pueda considerarse infeliz del todo. Si fue capaz de olvidarlo, tal vez ya no necesitaba su seguridad o su calor.
ResponderEliminarLa tristeza la sentía el lector y la sentía la persona olvidada. El que olvida, como el que muere, está en un plano en el que es inmune a todo sentimiento.
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