domingo, 13 de febrero de 2011

Preguntas, preguntas y más preguntas.

No sé preguntar. Esas palabras atrapadas entre dos signos de interrogación, como si de la perla de una ostra se trataran, me resultan... ... No sé. Complicadas. Complejas. Difíciles. Ya, para empezar, implican, muchas veces, valor y curiosidad. Nunca oirán a un tímido alzar la voz por preguntar a no ser que la cuestión sea de tal importancia que olvide que eso de hablar en público no es lo suyo. Al que no es curioso, por otra parte, nunca le entrará duda que deba ser respondida.

No sé preguntar. Me resulta angustioso. Mi lengua cerebral, la que pronuncia las ideas en mi mente, tiembla antes de que sea mi boca la que siquiera se plantee el imitar a la primera. Y no es que no sea curiosa, pues es más bien al contrario, ni que me asuste la respuesta en sí, lo cuál sucede a veces, aunque sean las menos. Es que me asusta la reacción del otro. Digamos que temo que no le agrade la intromisión. No sé si tengo o no tengo el derecho a meterme en su cabeza en ese preciso instante; de llamar al timbre de su cráneo con una interrogación.

"Din don"
"¿Qué desea? Si quiere venderme algo, que sepa que no..."
"¿Podría hacerle una pregunta?"
"De hecho, acaba de hacerla"

Doy por hecho que los demás no quieren que les pregunten, lo cuál no tiene sentido en un principio. Pero no todas las cosas han de tener un sentido claro, conciso y tan obvio que todos asintamos al mismo tiempo mientras coreamos a una "es que está claro". A veces las cosas se revuelven un poco más y luego no hay quién las entienda.

Me gusta saber, pero no preguntar. Esto es como el que gusta de comer sin cocinar, o algo así. Solo que no me asusta cocinar, pero lo de hacer preguntas ya es otra cosa. En primer lugar, hay que saber a quién preguntas y saber si te da permiso para hacerlo. Luego también hay que saber formular la duda, dependiendo del primer factor, para tratar de no sonar impetuoso, bobo o, simplemente, poco hábil con el lenguaje. Incluso a veces hay quién pregunta y parece grosero o arrogante.

Todos los niños tienden a preguntar el porqué de todo cuándo llegan a cierta edad. Es una especie de fase en las que ellos comienzan a entender el mundo y los que los rodean empiezan a golpearse la cabeza contra las paredes.

"¿Y por qué?"
"¡Porque sí!"

Y aún es sencilla de hacer esa pregunta, pues lo único que dice de uno es que desconoce algo. Es respondida con datos, por lo general, y mientras no se convierta en una cadencia insufrible y desesperante, el resto del mundo no ha de sentirse demasiado afectado.

No es esa pregunta la que me aterra. Tampoco las siguientes, que también son formuladas solo para conocer unos datos determinados que son, de hecho, una innegable verdad: "¿Qué día es hoy?", "¿Cómo se resuelve esta cuenta?", "¿Cuál es la montaña más alta?"... Son otras preguntas las que me hacen temblar de los pies al último cabello castaño de mi cabeza.

Las preguntas a las que temo van siempre arropadas con puntos suspensivos y dudas. Las paladeo y las mastico, las rumio, antes de lanzarlas. Y aún luego aclaro, por el temor que me inspiran, aquello que me parece malinterpretable cuándo es totalmente translúcido.

"¿ Cómo estás?" "Y tú... ¿Me quieres?" "¿Estás bien?" "¿Necesitas algo?" "¿Puedo besarte?" "¿Podemos hablar?" "¿Eso te lo hizo él?" "¿Estás enfadado...?"

Me asustan esas preguntas, como a muchos otros. Como he afirmado, ni siquiera sé hacerlas. Y no es que me agraden las dudas, que muchas veces queman como ácido, ahogan y raspan la moral, terminando con toda entereza posible... sino que temo a las respuestas que no responden a la pregunta y a las expresiones que las acompañan.

Temo al menosprecio (o al nadaprecio). A que la respuesta a tu pregunta sea que tú no deberías estar preguntando eso. A descubrir que has metido la pata hasta el fondo solo porque pensabas que, a lo mejor, sucedía algo. Y no es que no suceda.

Y así, soy incapaz de preguntar. Y es que tengo la autoestima baja, sí, y prefiero callar antes que descubrir que no soy "apta" para preguntar en ese instante o sobre eso (o ambas cosas juntas). Tampoco es algo que haga por perjudicar, pues es algo prácticamente intrínseco en mí. No me recuerdo preguntando. Si me recuerdo, no obstante, preguntando menos que ahora, así que tal vez me esté moviendo en una dirección apropiada.

Se puede herir a otros de muchas formas. Algunos hieren preguntando y otros hieren por no hacerlo.
Muy a mi pesar, he de admitir que tampoco logro preguntar, tras callar, si he herido.

2 comentarios:

  1. A mí no me asustan las preguntas, ni preguntar. A mí me asustan las respuestas.

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  2. Las respuestas a veces me asustan, pero, la mayor parte de las veces, aunque la suponga, no logro pedirla u.u

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