martes, 7 de junio de 2011

Era como media persona...

Era como media persona. ¿Quién sabe? Tal vez menos, incluso. Y con cada suspiro se reducía más, y se apagaba, y entonces uno tenía que mirar hacia el suelo mientras caminaba, fijándose bien, para no pisarlo sin querer. Y eso cuando no estaba tan apagado que se confundía con las sombras. ¡Eso era lo peor! Se camuflaba entre la pata de una mesa y la pared y se pasaba allí horas. ¡A ver si alguien lo encontraba entonces! Más valía no necesitarlo esos días, porque dar con él era, como poco, complicado.

Tenía los dientes muy blancos, la nariz muy recta y los ojos oscuros. Me gustaba mirarlo, cuando se dejaba ver, claro. Además, siempre iba encorvado, como si lo hubieran derrotado, aunque solo era porque es así como caminan los adolescentes. Desgarbado. Esa es la palabra. Sus andares desgarbados y sus pies, ligeramente grandes para su altura, me resultaban de lo más gracioso.

Tenía los dedos largos y delgados. Parecían frágiles, o de pianista, o de monstruo, aunque él no lo fuera. También tenía los pómulos y la mandíbula marcados, como si le faltara la carne, y la espalda estrecha con todas las vértebras dibujadas sobre la piel, de forma que podían contarse sin necesidad de acercarse.

Su voz me agradaba, pero no su tono, ni las palabras que usaba. Me gustaban más las que no decía, las que callaba, las que pensaba y guardaba por orgullo, por juventud o por razones que solo él conocía. O por estupidez. Porque de eso él siempre tuvo mucho. Otra cosa no, pero estúpido...

Más o menos así era él. Más menos que más, por supuesto. No se puede describir a una persona por completo: solo conocerla. ¡Y ni siquiera se puede conocer por completo! Y menos a él, que, al fin y al cabo, era como media persona. ¿Cómo conocerlo entero?

Llegué a vislumbrar la otra mitad un par de veces. Era difícil de ver porque cuando salía era cuando él se escondía; se escapaba. La otra mitad era más triste, más melancólica, más gris, pero también más tierna. Era una mitad a la que de verdad me hubiera gustado abrazar.

No lo hice, por supuesto, porque a esa mitad le gustaba estar sola. Tal vez no le gustaba y lo necesitaba. La cuestión es que esa mitad de él, eso que tan bien se guardaba, solo salía cuando no había nadie más.

No sé cómo era él cuando era una persona entera. No sé si caminaba erguido, con orgullo, o si, por el contrario, desaparecía por completo.
Yo no estaba allí entonces.

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