Había estado dándole vueltas a todo, pero la muy cobarde nunca había sido de las que actúan, y eso lo sabían todos, pero ella la primera. Prefería quedarse largas horas mirando a un punto en la pared, buscándole forma, quizas de palabras, quizás de imágenes banales y tontas, que pensar en esa especie de opresión que la apretaba cada vez más, que le quitaba cada vez más aire.
Muchas cosas habían sucedido en poco tiempo, y entonces se sentía sobrepasada. Algunas cosas eran buenas, otras malas, pero las personas desordenadas siempre tenían problemas para establecer el orden cuándo era preciso, y ella, sin duda lo era. Y aunque no le gustara cómo se desarrollaran las cosas, por alguna razón que ningún científico logró descifrar jamás, prefería golpearse contra una pared cien mil veces en la cabeza que... Que... Que...
¿Que qué?
Sin duda parecía estar loca, pero no uno de esos locos simpáticos que solo dicen cosas de chalados, te saludan con un sombrero imaginario y se van. Ella parecía de esos locos a los que molesta encontrarse. De esos que no iban de acuerdo con el comportamiento humano lógico. Ni con el ilógico, vaya.
Más monstruo que persona.
Tampoco es que realmente fuera una desequilibrada. Simplemente, lo que hacía no tenía explicación ni para ella misma.
Tal vez, se decía, era solo pánico.
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