viernes, 26 de noviembre de 2010

Reloj de cuerda.

- ¡Me hace falta más tiempo! -gritó, lanzando un jarrón contra la pared y haciéndolo así añicos.
Yo la observé tranquilo. Ella siguió berreando y blasfemando hasta acabar jadeante. Las lágrimas habían corrido el maquillaje de sus ojos formando dos pequeñas lineas negras que descendían por sus mejillas. Pese a ello, era hermosa.
- Necesito más tiempo -dijo, mirándome esta vez, como si me suplicase a mí que le diera aquello que pedía.
Saqué mi reloj de cuerda del bolsillo y se lo mostré. Sorbió, pestañeando y observando el objeto que le enseñaba, como buscándole algún sentido. El segundero permaneció inmóvil.
Sin esperar un segundo, tomé la tuerquita del medio, aquella que movía las manecillas, y le enseñé el reloj mientras hacía dar a sus agujas vueltas y vueltas hacia atrás. Retrocedí con ella hasta cuatro días.
- ¿Ya está? -me preguntó, y pude adivinar una sonrisa en sus labios.
Luego miró por la ventana. El día era el mismo. Nada había cambiado.
- ¡Me has engañado! -me espetó, furiosa -. ¡Ese reloj no funciona!
Observé la esfera de mi reloj y asentí.
- Tienes razón -admití, dando cuerda a mi reloj. El segundero comenzó a contar y se lo enseñé de nuevo -. ¿Ves? Arreglado.
Por su expresión, sabía que no se había referido a eso. Aún sin verle la cara lo hubiera sabido. De todas formas, no podía entregarle más tiempo del que le quedaba con aquel objeto.
No era más que un reloj de cuerda.

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