viernes, 19 de noviembre de 2010

Volar.

Había soñado con volar desde que era un niño. Vivía en una ciudad de la costa y tenía que salir a pescar con su padre de madrugada para tener tiempo de sobra para llenar sus redes, pero su cabeza jamás se encontraba en las olas del mar erizado que bamboleaban el pequeño bote, sino en las gaviotas que lo sobrevolaban libres y gráciles.
Cuando creció un poco decidió que sería piloto. Se pasaba el día mirando las nubes e imaginándose a sí mismo sobre ellas, y eso era lo único que lo hacía sonreír. Concentró todo su esfuerzo en su sueño ignorando a todo aquel que le decía que le venía grande y que hiciera otra cosa, que volar no era para cualquiera. Si volar no estaba hecho para él, no estaba hecho para nadie. Su meta era el cielo.
Entonces ella apareció en su vida. Todos decían que era una chica normal, común, sin nada especial, pero decían eso porque no la miraban con los mismos ojos que él. Para él no era sino una “ella” con mayúsculas. ELLA.
Y renunció a volar. Renunció a volar porque aquel ya no era su sueño.

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