martes, 30 de noviembre de 2010

La cuerda I

Hoy me he iluminado repentinamente, tras llevar días en la sombra de la duda, pues pronto una cuerda brillante cayó de la nada, ofreciéndome una forma aparentemente fácil para salir del agujero en el que habito. Mi alegría fue inmensa, pues llevo ya un tiempo aquí atrapada, aunque de alguna forma me había obligado a creer lo contrario para soportarlo. Tal vez por esa euforia inicial no me percaté de lo complicado que sería ascender por una cuerda tan larga, sobre todo teniendo en cuenta que mis manos no están demasiado acostumbradas a esa clase de trabajos, y pronto comencé a subir, pero ni tres metros había recorrido y tuve que bajar de nuevo con las manos doloridas.

Me senté en un rincón y traté de pensar en lo siguiente que debía hacer. De no ser por la cuerda jamás habría pensado en salir y hubiera terminando acostumbrada a este infinito hoyo oscuro, pero, después de ver mi escapatoria de brillantes hilos trenzados colgada de un techo que no llegaba a atisbarse, no podía ignorarla y seguir encerrada como si no estuviera allí.

Ahora me pongo en pie nuevamente y me aferro a esa cuerda. Tomo aire y aprieto la mandíbula. Lo intentaré las veces que sea necesario. Tengo que llegar al exterior.

Con el primer impulso me levanto del suelo y comienzo a trepar mirando hacia arriba; hacia la inmensa oscuridad.

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