Tu cuello se alza erguido, orgulloso, aunque tu mirada luce tímida en la cima. Me recuerdas a un faro que busca un mar al que enfocar, aunque más bella.
Podría pasarme horas observando la blanca piel que te cubre si llegar a cansarme y podría cubrirla de caricias que dieran al fin una temperatura normal a tu cuerpo.
- Eres un cadáver -te digo, y sonrío-. No es posible estar tan fría si no es por eso.
Tus ojos me capturan entre divertidos y molestos mientras tus labios se curvan hacia arriba. ¡Y es por mí! En acto reflejo, atrapo tus manos con las mías. Ahora tú tienes mis ojos, pero yo tus manos, y no planeo dejarlas libres pronto.
- Estamos empatadas -susurro.
Dejas salir una risa muda en forma de invisible bocanada de aire dulce. Luego te acercas a mí y me abrazas de esa forma que solo tú sabes.
El hueco de mi hombro parece diseñado solo para que poses en él tu mejilla; tu cabello para hacer cosquillas en mi cuello. Mi cuerpo, para anhelarte.
- Ahora gano yo -ríe tu voz junto a mi oído, tiernamente.
¿Y quién soy yo para negarlo? Sinceramente, si es esto una derrota, no veo qué obsesión hay con ganar.
Mmm... Si mi vida fuera así, tampoco me importaría perder por toda la eternidad
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