Una vez hice un favor al mago más poderoso del mundo. Él, buen amigo mío desde que era niña, me ofreció entonces un ruiseñor y una rosa. Yo, curiosa, pero segura de que aquellos no eran seres normales, le pregunté qué tenían de especial.
- No hallarás en el mundo rosa cuyo delicioso perfume supere al de esta, ni encontrarás ave cuyo canto deleite de mayor forma que el de este ruiseñor.
Me acerqué entonces a la rosa, con intención de olerla, y el mago me miró.
- Solo puedes elegir a uno de los dos, no obstante -dijo con voz áspera-. ¿Has decidido que lo que deseas es la rosa?
Me eché un poco hacia atrás para mirarlo confusa. Él sonrió, ligeramente cetrino.
- Olvidaba decirte que deberás elegir cuál de los dos regalos deseas sin haber olido la rosa o escuchado el canto del ruiseñor.
Observé a los dos seres.
La rosa, de aterciopelados pétalos carmesí, fuerte tallo esmeralda y afiladas púas parecía llamarme con cierta sensualidad. El imaginar su aroma no me bastaba. Necesitaba aspirarlo y comprobar por mí misma lo delicioso que era.
El ruiseñor, tal vez de apariencia menos atrayente, pero grácil, sin embargo, también me atraía. Él no tenía nada con qué herirme, y me parecía más cálido, tal vez por su capacidad para cantar. También deseaba con fervor que su canto me meciera.
- Puedes pensar un tiempo -me dijo el mago, viéndome confusa -. Cuándo decidas qué regalo deseas, tóca a ese ser. El otro desaparecerá.
El ruiseñor se posó sobre la rama más baja de un sauce; la rosa fue plantada bajo la misma. Ambos seres estaban tan cerca que fantaseé con tocarlos a ambos a un tiempo, pero sabía que mi amigo no dejaría que me quedara con ambos ni haciendo eso. Tal vez solo me arrebatara a los dos seres.
Pasé el resto del día observándolos. Primero a uno y luego al otro, al ruiseñor y a la rosa, pero sin tocarlos. El ave parecía apacible y tranquila mientras me observaba. La rosa, más salvaje, amenazaba con sus espinas al que osara acercarse.
Cuándo cayó la noche decidí retornar a mi hogar. Allí podría pensar tranquilamente qué debía escoger. De esa forma, al regresar junto a los dos seres, no me echaría atrás en cuánto mi mano se extendiera al que ansiaba.
De solo imaginar que al aceptar a uno rechazaría al otro, mi estómago se revolvía y tenía que comenzar de nuevo con la elección.
Primeró elegí a la rosa, por sus colores atractivos. Luego al ruiseñor, porque parecía más vivo. Tal vez la elección fue al revés. Durante mucho tiempo mi cabeza vaciló entre uno y otro. Cambiaba de idea a cada instante, replanteándome cuál de los dos seres era el adecuado. No era capaz de decidir a cuál abandonar, pues ansiaba lo que me ofrecían ambos.
Tras mucho tiempo reflexionando, sintiéndome más confusa a cada segundo, decidí que regresaría junto a ambos seres y tomaría al primero que eligieran mis ojos.
Caminé, contenta, pensando que al menos obtendría una de aquellas dos maravillas. Alcancé el sauce y sonreí al pensar en lo poco que faltaba para hacerme con ella...
Y de pronto no había ruiseñor. Y de pronto no había rosa. Y de pronto solo estaba yo.
Tal vez él había volado. Tal vez ella se había marchitado.
Y de pronto comprendí que no era yo quién escogía. Ruiseñor y Rosa... Ninguno tenía por qué ansiar un lugar a mi lado, por mucho que, de pronto, no hubiera espacio para nada más en mi cabeza.
tal vez ahora madure al descubrir que muchas veces hay que sacrificar algo para obtener otra cosa. A veces se le dan demasiadas vueltas a la cabeza.
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