Hoy he quedado para comer ramen. Es una cita amistosa como otra cualquiera, o mejor, porque hay palillos y sorbidos de por medio. El sorber juntos une mucho a le gente.
Es la una de la tarde y todavía no he hecho la cama (ni comprado la comida...), y eso que sé que he de hacerlo, pero... Me gusta tan poco... Eso de tener que agacharme con la espalda hecha polvo (y solo 17 añitos... Es una pena...) me resulta tan incómodo. Con cada movimiento que hago escucho como, inexplicablemente, una parte de mi cuerpo (en especial la espalda, pero a veces también pasa con las rodillas y la cadera) deja caer un crujido horroroso así, como quién no quiere la cosa. ¡¡Ni aún con esas voy a dejar kendo ahora que al fin me voy a poner la armadura!!
Últimamente me apetece escribir algo con amor entre chicas. Huum... Debería hacerlo, que es malo que un escritor se guarde sus ansias. Seguro que acaba explotando y manchándolo todo de vísceras. Uggh.
Y al mirar a la izquierda me percato de que mi cactus, Castaña, tiene cada vez las púas más rojas. No creo que usar permanente rojo con un cactus sea bueno para su salud. Supongo que he de decirle a mi hermano que Castaña no es comunista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario